El Prelado, a los jóvenes: “Abrid las puertas a la misericordia”

Artículo del Prelado del Opus Dei con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), que se celebra en Polonia.

Abrid las puertas a la misericordia

Una vez más, en torno al Santo Padre se reunirán cientos de miles de chicos y chicas procedentes de todo el mundo. Dejarán por unos días sus hogares, sus estudios o sus actividades ordinarias para celebrar juntos la belleza de la fe cristiana y de la Iglesia santa. La intuición de san Juan Pablo II —quien propuso a los jóvenes estas jornadas hace ya 30 años— ha arraigado con fuerza en la vida de muchachas y muchachos —católicos o no— del mundo.
En los oídos de quienes atravesarán Europa, camino de Cracovia, resonarán esas palabras que sorprendieron al mundo y que continúan siendo actuales: ¡No tengáis miedo!

Ahora, esta Jornada de 2016 retorna a las raíces geográficas y espirituales del santo Pontífice polaco: allí la misericordia será de nuevo la chispa que encenderá tantos deseos de entrega a Dios, de conducta de servicio a los demás. En los oídos de quienes atravesarán Europa, camino de Cracovia, resonarán esas palabras que sorprendieron al mundo y que continúan siendo actuales: ¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Cristo!

Siguiendo los pasos de san Juan Pablo II y de santa Faustina Kowalska —que nos hablan de la Misericordia de Dios—, serán días de propuestas a los jóvenes para abrir las puertas del alma, para descubrir la misericordia. En efecto, hemos de evitar el riesgo de que misericordia sea únicamente una hermosa palabra, capaz de llenar discursos, frases redondas o canciones, pero que no tome cuerpo en nuestro ser y en nuestro obrar. Por eso, el Papa Francisco nos ofrece muchas oportunidades —esta JMJ es un ejemplo— para experimentarla y encarnarla.

Ojalá muchos jóvenes regresen de Cracovia con la mirada más limpia y el alma alegre tras haberse puesto en manos de la gracia divina.

La misericordia de Dios es idéntica a Él, por eso brota desde su mismo misterio. Para desvelar su contenido, hay que acogerla, y el mejor modo —el camino más directo y gozoso— pasa a través de la confesión de nuestras faltas en el Sacramento de la Penitencia. Dejar en sus manos nuestras ofensas nos permite conocer hasta qué punto nos ama el Creador. “Jesucristo —decía san Josemaría—está siempre esperando que volvamos a Él, precisamente porque conoce nuestra debilidad”. Ojalá muchos jóvenes regresen de Cracovia con la mirada más limpia y el alma alegre tras haberse puesto en manos de la gracia divina, tras haber sentido el abrazo de este Padre divino que siempre espera nuestro regreso. ¡No tengamos miedo, abramos las puertas a la misericordia de Dios! Esta actitud nos conduce a volver al bien, si lo hemos perdido, y genera nuevos deseos de amor.

La misericordia cobra su fuerza en nosotros también cuando se ejercita. Tal es su poder, pues posee la capacidad de llenar una vida, de transformar una existencia gris en la fuerza poderosa, positiva y pacífica, que necesita nuestra sociedad. La sana inconformidad caracteriza al alma joven, como explicaba san Josemaría: “De joven fui rebelde y ahora lo sigo siendo. Porque no me da la gana protestar por todo sin dar una solución positiva, no me da la gana llenar de desorden la vida. ¡Me rebelo contra todo eso! Quiero ser hijo de Dios, tratar a Dios, portarme como un hombre que sabe que tiene un destino eterno y además pasar por la vida haciendo el bien que pueda, comprendiendo, disculpando, perdonando, conviviendo...”.

Que cada uno regrese a su hogar con un propósito —concreto y personal—, que contribuya a difundir el poder de la ternura de Dios en todos los rincones de este mundo.

Estas fechas en Polonia nos ofrecerán numerosas ocasiones para ejercitarnos en la misericordia, en el espíritu de servicio: la convivencia con personas desconocidas, los momentos de espera, el calor y el frío, las horas escasas de sueño u otras incomodidades nos facilitarán oportunidades para atender y ayudar a los demás como lo haría Jesucristo. Ojalá con esta experiencia, cada uno regrese a su hogar con un propósito —concreto y personal—, que contribuya a difundir el poder de la ternura de Dios en todos los rincones de este mundo.

Si hacemos de estos días una escuela de misericordia, cada peregrino volverá a su lugar de origen con la mochila cargada de esperanza, capaz de repartir a manos llenas el tesoro inagotable que guarda un alma que se ha dejado abrazar por el Señor.

+ Javier Echevarría

Prelado del Opus Dei