El feminismo auténtico

En alguna oportunidad Ud. ha hecho mención a un feminismo auténtico. ¿Qué quiere decir?

Juan Pablo II —en la Carta que dirigió a las mujeres en el mes de junio pasado— señalaba que el feminismo ha sido una realidad sustancialmente positiva. Es cierto que algunos excesos se han mostrado, a la postre, dañinos para la mujer. Pero podríamos decir que han sido los efectos secundarios. Lo importante es que se han conseguido muchas mejoras relativas a la condición de la mujer en el mundo.

Cuando he hablado de feminismo auténtico he querido referirme a todo aquello que supone servir a la causa de la mujer. Pienso que en el camino del feminismo se han atravesado otras reivindicaciones (la revolución sexual, el miedo demográfico) que han terminado por desviar el movimiento para la liberación de la mujer de sus verdaderos fines. Por eso, considero que el verdadero feminismo tiene todavía muchos objetivos que alcanzar. Son aún frecuentes las situaciones degradantes para la mujer, que han de ser modificadas: violencia —en el ámbito social y en el ámbito doméstico—, discriminación en el acceso a la educación y a la cultura, situaciones de dominación o falta de respeto. El núcleo del verdadero feminismo es, como resulta obvio, la progresiva toma de conciencia de la dignidad de la mujer. Muy distinto es, en cambio, el núcleo de otros feminismos —de ordinario, agresivos—, que lo que pretenden es afirmar que el sexo es antropológicamente y socialmente irrelevante, limitándose su relevancia a lo puramente fisiológico.

La toma de conciencia de la dignidad de la mujer ha de difundirse entre las propias mujeres, erradicando toda forma de complejo de inferioridad. Y teniendo la valentía de llamar a las cosas por su nombre: rebelándose también, por ejemplo, ante los estragos que causa el vergonzoso negocio de la pornografía; ante la triste y equivocada afirmación del derecho a provocar el aborto; ante la desgracia social —no es otra cosa, además de la ofensa a Dios— del divorcio.

Pero esa toma de conciencia de la dignidad de la mujer ha de difundirse también entre los hombres, hasta eliminar todo engañoso pensamiento de superioridad y todo deseo de dominio. Es cierto que el feminismo está configurando un nuevo modelo de mujer, pero —en el fondo— está interpelando al hombre, que tiene que aprender a mirar y a tratar a la mujer de un modo nuevo.

Nuestro Señor, que es infinitamente Justo e infinitamente Sabio, creó al hombre y a la mujer con misiones distintas, teniendo la misma posibilidad de santificarse. Tratar de alterar ese orden es poco consecuente, y estamos viendo a qué resultados conduce: falta de comprensión y de convivencia, ausencia de entendimiento de la humanidad.

Patricia Mayorga, El Mercurio (Santiago de Chile), 21 de enero de 1996.