Conversación con Mons. Fernando Ocáriz

El vicario auxiliar y general del Opus Dei narra el fallecimiento de Mons. Javier Echevarría, así como algunos trazos de su vida.

Conversación con Mons. Fernando Ocáriz

En estos momentos, por una parte, siento pena, es un sentimiento de orfandad, porque he estado 22 años muy cerca, continuamente, del Padre. Y ya, pensar que se nos ha ido, es una sensación de orfandad, de pena. Pero a la vez, lógicamente, también de serenidad porque, gracias a Dios, la fe que Dios nos da nos hace saber que tenemos un intercesor en el Cielo. Alguien que nos cuidará, más incluso de lo que hacía ya en esta tierra, que era tanto.

Es una mezcla de dos sentimientos aparentemente contradictorios, pero que en el fondo son muy comunes. Ante el fallecimiento de una persona a la que se quiere mucho, si se tiene fe, se siente pena, tristeza, pero una tristeza que, en el fondo, es compatible con la serenidad, incluso con la alegría.

Ya sabéis que se le llevó a la clínica "Campus Bio-Medico" el lunes —no ayer, sino el lunes anterior—, porque se encontraba muy débil y el médico aconsejó que se fuera allí. Se pensó, y así era, en una infección leve.

Se le trató muy bien, porque en el campus le han tratado muy bien tanto desde el punto de vista profesional como humano, con un cariño muy grande. El tratamiento de los antibióticos, por lo que yo puedo entender, fue muy bien, pero luego eso iba acompañado con una insuficiencia respiratoria muy fuerte, no debida propiamente a la infección, sino que era un poco paralela, de tal manera que esa es la que se ha acelerado.

Ya anteayer empezó a estar peor, muy sereno, pero con una respiración más dificultosa. Ayer él mismo pidió que yo le diera la unción de los enfermos, se la di ayer por la tarde. Ya al final de la tarde teníamos conciencia de que la situación era grave, pero no que era una cosa inminente, porque el Padre contestaba a las preguntas, se le notaba cansado y respirando con dificultad, como antes.

Allí se quedó, como estaba previsto, don Vicente de Castro, para pasar la noche con él. Don José Andrés y yo nos vinimos aquí. Estuvimos cenando rápidamente y, al terminar, nos llamaron para decir que se estaba muriendo. Fuimos rápidamente para allá. Don Vicente le dio la absolución, yo se la había dado antes. Según cuenta don Vicente, fue un tránsito muy sereno, con mucha paz, gracias a Dios, porque este tipo de insuficiencias respiratorias, si se prolongan, suelen producir unas agonías muy duras. Gracias a Dios, eso se lo ahorró el Señor.

Precisamente ayer era la fiesta de la Virgen de Guadalupe, que tiene para todos, y para él concretamente, el recuerdo de una romería, de una peregrinación, que hizo san Josemaría a esta invocación mariana en México. Concretamente, le preguntamos ayer, porque teníamos una imagen de la Virgen de Guadalupe allí cerca en la habitación, le preguntamos si quería que se la acercásemos para contemplarla. Nos dijo: "No, no hace falta, porque por una parte no la veo bien, y además ya la veo en mi interior, siempre".

La cosa más evidente es que ha estado durante tantísimos años viviendo con dos santos: con san Josemaría y con el beato Álvaro. Eso le ha dejado también una impronta en su formación y en su espíritu muy fuerte, que se manifiesta por una parte en el empeño de fidelidad grande, en ser muy fiel al espíritu del Opus Dei recibido directísimamente de la fuente. Con una fidelidad, por otra parte, que nunca ha entendido —como no es— una simple repetición, sino que es un empeño por mantener invariable el fundamento, la sustancia, y luego en lo que es mudable, acomodarse —el modo de hacer las cosas, etcétera—, manteniendo el espíritu intocable. Esa es una fidelidad, una mente, que ha tenido constantemente.

Otro aspecto que a mí también siempre me llamó mucho la atención en estos años es su capacidad de querer a la gente. Concretamente, de estar muy a la mano de las personas que encontraba, incluso en los encuentros improvisados... Cómo se detenía, preguntaba, se interesaba... También él tenía una gran capacidad de transmitir ideas, dar consejos... Nunca era un simple escuchar, sino que se sentía involucrado con la gente. Con cariño, verdaderamente. A mí siempre me ha llamado la atención. Nunca tenía prisa para estar con las personas.

La Obra, el Opus Dei, es para servir a la Iglesia. Todo lo que es fidelidad, es fidelidad a la Iglesia, unión con el Papa, sintonía con todo lo que es Iglesia. Eso fue permanente. Prueba de eso es el interés que ha tenido siempre, ya antes, y sobre todo los 22 años que ha sido prelado, de comunión, de trato, de unión con cantidad de obispos, de cardenales, por sentirse realmente parte de ese cuerpo episcopal. Unión con todos.

El mejor sufragio, aparte de la misa —que es el sufragio fundamental— y la oración, es también el mismo trabajo y la vida ordinaria ofrecidas en sufragio. Es lo que esperará en el Cielo, para que le ayudemos a que suba todavía más alto.